La Gran Obra llega a la fase en la que el artista debe
emprender el viaje. La ruta marcada a Santiago de Compostela, rodeada se ve de
los tránsitos astrales, la recirculación filosofal en ciclos de eternidad y la
materia propiamente dicha en reposo. La misma, calcinada y lixiviada
consecutivamente, seguía expeliendo el olor pútrido del Nigredo, seguido por el
Albedo brillante y claro; logrando poco a poco el equilibrio en un gris neutral
interior.
El Artista, viendo una suerte de yuxtaposición con la
ahora ardiente y húmeda materia en pleno viaje, comprende que:
“Cuanto más cerca está de encontrar el espejo alquímico,
más alejado se encuentra del mundo vulgar y ordinario”.