La soledad, naturaleza del Hombre Planetario,
le hizo entender que el amor por sí mismo había llegado
al puerto deseado.
Presintió que era
el momento de que el Sol ardiera
y de compartir su
mundo interno, de conocer otro mundo.
Sintió que las
bellezas del Universo
no debían
apreciarse solo.
No ahora que su
corazonada lo estaba llevando hacia un puerto.
Meditando y en
los astrales,
parecía no dar
con el paradero de esta mujer.
Ya era un
interrogante el saber dónde podría estar.
En el momento
propicio, su corazonada se reveló.
Encontró a una
mujer que parecía inexistente en el plano físico
pero que su
esencia espiritual gobernaba su totalidad junto con su alma.
Vio los colores
de su aura y quedo perplejo ante tal belleza, el arcoíris que describía El Hombre Planetario ahora se veía completo junto con La Mujer del
Interrogante.
Esa mujer que lo
acompañaba en sueños mirándolo, riendo, pero sin decir una sola palabra.
Palabras que él
ansiaba para que al cantarlas juntos, pudieran brillar las estrellas.
Él comenzó a
sentir calor, a quemarse ciertamente por la cercanía que la Mujer con su fuego
tenía al Sol.
El fuego de la
Mujer, aún incombustible, necesitaba de un elemento para vivir.
El Hombre Planetario sopló su aire avivando al fuego
y La Mujer del
Interrogante se materializó.
Inexplicable
sensasión logró sentir, al mirarla a sus ojos.
Al darse cuenta
de que la realidad no difería del sueño,
que el astral que
los unía, era un mundo que se estaba creando para ellos.
Mundo que terminó
de enlazarse al momento que se tomaron sus manos.
Manos que se
conectaron como un cinturón de asteroides que viajan juntos.
Que permanecen
sin gravedad volando juntos, sin temor a estrellarse.
Energía
transmitida en conjunto con el deseo mutuo del conocimiento.
Conocimiento que
los transportó a una nebulosa,
la cual simuló
ser su asiento en este viaje.
Y allí, habiendo
construido un camino propio y digno de transitar juntos,
su mutua
alineación, ocurrió.
Saturno se puso
en su favor, haciendo que el tiempo vaya lento hasta detenerse por completo
y abrazándolos en
su anillo.
Estando juntos,
las palabras de Júpiter tuvieron el exacto sentido majestuoso de sus justas
palabras
más que ninguna
otra vez.
La Luna no nos
dejó solos ninguna noche, porque sabía que el agua haría fluir en su torrente
las emociones.
El Sol al fin
encontró el brillo, brillo conjunto que se reunía de los dos polos de ellos
dos.
Entrando en
conjunción con Marte y Venus, que ahora unidos, la voz del guerrero y
la doncella del amor, armaron la frase final de esta alineación:
“La lucha
del sentimiento demanda a veces
sufrimiento. El guerrero les dará la fuerza para combatir en las tinieblas,
porque la doncella en conjunto con su arte, les contendrá la luz que generó su
amor”
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